De la realidad y la ciencia (I): De lo que conocemos

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La mente es un concepto clave en la compresión de la realidad (Google images)


Siguiendo la línea de pensamiento de mi última entrada, creo que es necesario continuar con la reflexión en la misma planteada y completar mi opinión acerca de la realidad y la ciencia a la vista de la teoría del eminente filósofo escocés David Hume y del ilustrado prusiano Immanuel Kant, que a este respecto introducen nuevos enfoques de pensamiento, para dar una visión general y conjunta en lo que a estos aspectos se refiere.

I. De lo que conocemos

Para llegar a establecer lo que es real y elaborar una teoría que explique la función de la ciencia y sus límites, primer tenemos que reflexionar acerca de una serie de cuestiones previas, relacionadas con qué entendemos por realidad y ciencia. Para lograr una mejor progresión de conceptos, dejaré para el último capítulo de esta entrada todo lo relacionado con el concepto de ciencia, mientras que en los tres primeros desarrollaré una teoría sobre la realidad.

Así pues, ¿qué entendemos por real? Tal y como yo lo veo, lo real es aquello que verdaderamente existe, aquello de lo cual no cabe sino suponer que es. De esta manera, y como suele ser habitual, solucionamos un interrogante para dar pie a otro aún más difícil de resolver: ¿qué es lo que existe? Existir, equivalente a estos efectos a ser, es una noción muy abstracta, con numerosos significados, más amplios o más reducidos.

En términos generales, creo que podemos contentarnos con una aproximación, que podría ser que lo que existe es aquello que tiene algún tipo de naturaleza. Es decir, aquello que se define por una serie de propiedades de presencia en algún espacio y tiempo y por algunas determinadas capacidades de actuación y modificación de otras existencias (sea autónomamente o a través de otra forma de existencia).

De esta manera, tenemos que lo que es real es lo que verdaderamente se define en un espacio y tiempo y puede actuar y modificar otras existencias. Es importante, en este punto, subrayar el concepto de “verdaderamente”. Así, no basta con que algo cumpla esas propiedades que asignamos a las existencias, sino que además tiene que ser verdad que existe. Y, ¿cuándo es verdad la existencia de una cosa? Cuando conocemos de ella, porque si no conocemos de algo es imposible que ese algo pueda existir en el sentido estricto de dicha afirmación. Esto queda mucho más claro con un ejemplo: si no conocemos un determinado animal que no ha sido descubierto, por vivir en una isla perdida en mitad del océano, no podemos afirmar su existencia. No obstante se genera aquí otra cuestión que debe ser resuelta, ¿cómo podemos saber si la existencia de alguna cosa es verdad?, es decir, ¿cómo conocemos?

Antes de pasar a la resolución de esta pregunta debe hacerse una apreciación acerca del uso de la primera persona del plural a la hora de hablar de conocer. Debe entenderse que se da por supuesto la existencia de las personas, a ojos puramente divulgativos, ya que a ellas va dirigido. De todas formas, bien podría no dirigirse a nadie o incluso a una forma de existencia consciente completamente ignota. Tanto da igual.

Sea como fuere, históricamente se ha venido en resolver esa pregunta desde dos posiciones absolutas, racionalismo o empirismo, más una variedad de posturas intermedias entre ambas. Personalmente opino que el empirismo, como teoría absoluta, sin matices, es el camino más adecuado para resolver la cuestión que nos ocupa, como analizaremos a continuación.

Haciendo un repaso de la teoría humeana, vemos que el escocés basa absolutamente todo conocimiento en la experiencia. Para él, la realidad son las impresiones que tenemos de las cosas. No podemos saber si las cosas existen o no, ni tampoco si en verdad nosotros existimos, aunque pueda existir un cierto grado de probabilidad que esté respaldado por una determinada coherencia.

En mi opinión, esto no es así. Como comentaba en la entrada al respecto de René Descartes, mi posición es que la realidad de yo sí existe, y que además, añado ahora, existen las impresiones de las cosas, en el sentido más amplio de experiencias sensibles. A la luz de mi definición de existencia, habremos de estudiar estos puntos.

Empecemos por los elementos más básicos, como son las impresiones. Tenemos que son elementos que tenemos en un cierto espacio y un cierto tiempo, ya que podemos circunscribir las impresiones de notar calor, por ejemplo, o cualquier otra impresión en el grado que sea, a un entorno o momento diferente. Para un mismo tiempo, no es lo mismo poner la mano sobre un fogón de cocina, en la mesa o en el congelador. Para un mismo espacio, no es lo mismo estar por el día en el Sáhara que estar por la noche. Y parece impensable que nos quememos en el congelador o que por la noche en el Sáhara nos asemos de calor. Al mismo tiempo, que haga calor o frío modifica otras impresiones. No encontraremos impresiones de robles en el Sáhara, por ejemplo. De esta forma, parece que hay conjuntos de impresiones que combinadas de cierta manera no pueden ocurrir, ya que hay impresiones que imposibilitan la existencia en ese espacio-tiempo a otras.

Detengámonos, antes de analizar la existencia de la idea de yo. Antes comentaba que desde mi punto de vista, el empirismo es la clave para resolver la cuestión de la veracidad de la existencia de las cosas. Esto se debe al hecho del análisis de nuestra propia mente, de nuestro entendimiento. Al margen, ya que todavía no hemos estudiado su existencia (que no verdadera, sino simplemente existencia), necesitaremos desarrollar la teoría que nos permita saber si la existencia de algo es verdadero o no.

Un punto clave a la hora de decidirnos por la teoría empirista o por la racionalista es la respuesta a la pregunta acerca de si hay o no ideas innatas. En este aspecto, personalmente entiendo el concepto de idea como un equivalente al de existencia. Para mí en esta entrada, idea es toda existencia. Hasta el momento, entendemos que hay las ideas de las impresiones, que se encuentran en nuestra mente pero no pertenecen inherentemente a la misma, entendiendo a su vez a la mente como el “teatro” donde aparecen las impresiones.

Pero no encontramos ningún elemento similar que se encuentre en la mente de forma natural, desde el propio nacimiento, pues que desde que venimos al mundo la mente funciona atrapando toda impresión y organizándolas (Capítulo III. De la organización del conocimiento), y los que tradicionalmente se ha dicho que lo son (idea de Dios, de infinito, de perfección…) no son más que abstracciones de impresiones que hace el entendimiento.

De esta manera, una vez que llegamos a la conclusión de que todas las ideas que encontramos en la mente son de naturaleza sensible, queda poco lugar para hablar de ideas innatas y, por tanto, de racionalismo. Por tanto, el criterio para saber si algo verdaderamente existe será a través de las impresiones: lo que percibamos, será verdaderamente existente. Ahora bien, y aquí hemos de volver a la cuestión de la realidad del yo, ya que, ¿cómo percibimos? O mejor, ¿qué es lo que percibe? La respuesta es simple: la mente.

La mente es el yo, entendido éste como sujeto real que procesa las impresiones. Porque no tiene sentido hablar de impresiones sin un receptor, al igual que no tiene sentido hablar de un receptor que no tenga nada que percibir. La existencia del yo está, de esta manera, ligada a la misma realidad de las impresiones, y si nos fijamos, al estudiarlas estudiamos ya inherentemente al yo, puesto que, como digo, son conceptos inseparables. No obstante, por demostrar la existencia de la mente por el mismo camino que el utilizado para las impresiones, hemos de tener en cuenta si existe en un espacio y un tiempo definidos y si tiene capacidad de cambios a otras existencias.

Definir un espacio y un tiempo es algo complicado, puesto que más bien (como veremos más adelante) se tratan de categorías de la propia mente. No obstante, de la misma forma, en tanto que la entendemos como ese “teatro” en el cual se manifiestan las impresiones, el espacio y el tiempo de la mente se definen en la totalidad, pues no hay tiempo para el que la mente no sea que esté fuera de ella misma, y pasa otro tanto con el espacio. Es decir, por utilizar otra analogía, las impresiones serían a la mente lo que los planetas, estrellas y demás al universo. El universo también existe en el espacio y en el tiempo, pero su existencia es el todo, pues no hay espacio ni tiempo anteriores ni posteriores.

Pero además, al respecto de la modificación de otras realidades, hemos de tener en cuenta una cuestión trascendental (entendido tanto como fundamental como en el sentido kantiano de la palabra), ya que la mente subordina a su propia estructura las impresiones, modificándolas, si es que cabe decir que hay impresiones previas a su interacción con la mente, en el espacio y en el tiempo, asignándoles una serie de valores determinados en función de ella misma.

En este punto cabe preguntarse si existe algo por detrás de las impresiones, es decir, si son impresiones de algo o no. Eso es algo que, por desgracia, y como bien dijeron Hume y Kant, queda fuera de todo entendimiento, de todo conocimiento. Teniendo en cuenta que el conocimiento es conocimiento de realidades, y que éstas se subordinan a la experiencia misma, a las impresiones en sí, es imposible llegar más allá a conocimiento fidedigno.

Podemos, sin embargo, pensar que es algo muy probable, ya que las realidades no se comportan aleatoriamente y sin sentido, sino que parecen tener un cierto orden. No obstante, eso es algo que no podemos alcanzar como conocimiento, aunque sí como suposición (e incluso nos será muy útil, como por ejemplo en lo que respecta a la ciencia).



NOTA: Debido a la gran magnitud de este estudio, concluyo aquí con el primer apartado del mismo, que continuará en siguientes entradas.

Comentarios

  1. Podría objetar algunas definiciones y pasos argumentativos, pero me quedo, como diría Kant, con la intención. Es un texto ambicioso, tratas de pensar por ti mismo y elaborar argumentos propios en vez de limitarte a repetir lo que otros dicen. Este es el principal objetivo de este trabajo. Muy bien.
    Saludos

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