Perspectivas sobre la teoría de las ideas (II): la fuente del conocimiento
Vista la pasada entrada acerca de la teoría de las ideas, se podrá
decir que no tiene mucho sentido seguir desmenuzando una teoría sin una base
sólida, pero es que en el fondo que no la tenga no implica que el resto de la
misma esté del todo mal, puesto que, como ya he dicho, sí se ha construido de
una forma correcta, y eso genera que tenga un halo de un algo que le confiere
cierto interés propio, si no como teoría correcta, como esbozos o
representaciones alegóricas que en última instancia sí tienen verosimilitud.
Así, mientras que hay aspectos como el Demiurgo o la reencarnación del
alma que, al seguirse directamente de la progresión de conceptos, una vez que
el concepto inicial ha sido desmontado, no tiene sentido analizar. Pero si nos
fijamos, como ya he comentado, no parece tan descabellado que exista un
conocimiento firme de las diversas cosas, cuanto menos, materiales, y hasta
cierto punto de aquellas abstractas, lo que es un punto clave de la filosofía
de Platón. La cuestión, como siempre, está en determinar cómo se logra éste, y
visto que la existencia de las ideas no es consistente, habrá que dar con una
nueva forma del mismo.
Reflexionemos, para determinar esto, cómo conocemos, qué proceso
seguimos para ello. Tal y como yo lo veo, nosotros sabemos que, por ejemplo,
una silla es una silla no tanto por lo que ella misma es o tiene, sino
comparando lo que es o tiene con, digamos, unas “características mínimas” de
silla, una serie de elementos, de requisitos básicos con los que ha de cumplir
dicho objeto para poder ser considerado silla, y nosotros también podemos
establecer cuán buena es una silla comparándola con unas “características
máximas” de silla, es decir, con la silla perfecta, aquella que lleva a la
máxima expresión las características mínimas de silla.
No obstante, y dando por cierto esto, se ha de tener en cuenta a este
respecto otras dimensiones: la social y la lingüística. Quiero decir, si bien
no parece descabellado pensar que dichas características para silla, tanto las
que hemos denominado mínimas como las máximas, puedan ser iguales para todos
los seres humanos, en la práctica no lo son, porque las costumbres y el modo de
aproximarse a la realidad de cada cultura, no ya de cada individuo, es
diferente y única. Es decir: cada persona se aproxima a la realidad a mi juicio
en su propia manera, en base a su educación, su cultura, y, cómo no, su propio
grado de desarrollo cognitivo.
Sea como fuere, dichas características, tanto mínimas como máximas, no
son, obviamente, inmanentes a la propia silla: la propia silla no posee esas
características. Son lo que vendría a substituir a las ideas platónicas, pero
de un modo mucho más ambiguo y meramente teórico: son los conceptos. Es decir,
no pretendo con esto definir puramente un proceso unívoco, inequívoco y total de
conocer, como pretendía Platón (hemos visto que el punto clave para ello no se
sostiene) sino que más bien quiero vincular el conocimiento con la relación que
nuestra mente efectúa entre un algo real, del que percibimos ciertas
características a través de nuestros sentidos, con un algo irreal, construido por
nosotros mismos, los conceptos, dentro de los cuales encasquillamos a los
objetos reales, sometiéndolos al imperio de nuestro pensamiento.
Bien me doy cuenta de que no estoy siendo precisamente muy claro, pero si
soy sincero, tampoco creo que esto pueda clarificarse mucho más. Sin duda
alguna, pretender dar una explicación de esta índole a un proceso sumamente tan
complejo como lo es el conocer, que ni hoy en día con nuestra ciencia biológica
alcanzamos a comprender todavía del todo, es algo imposible. No obstante, sí
considero interesante hacernos esta reflexión:
¿Hasta qué punto vivimos constreñidos en nuestra propia, construida,
realidad?
Buena reflexión, Diego. Tienes razón al afirmar que una "teoría de las ideas" actual tendría que tomar en consideración la dimensión social y lingüística.
ResponderEliminarSaludos y feliz año.